Tristeza, te acompaño

Hay días en los que la tristeza aparece sin previo aviso. A veces llega por una pérdida, por un recuerdo, por un cambio que no esperábamos. Otras veces se instala sin una causa clara, simplemente porque somos humanos y sentir forma parte de estar vivos.

Cuando la tristeza aparece, solemos temer que lo inunde todo. Pensamos que si la dejamos entrar, nos arrastrará como una ola que cubre cada rincón de nuestra vida. Pero la realidad es que la tristeza, como cualquier emoción, no está hecha para quedarse para siempre. Llega, nos comunica algo, y poco a poco se transforma.

Lo importante es entender que sentir tristeza no significa estar rotos ni condenados a la oscuridad. Significa que algo nos importa, que hay un vínculo, una expectativa o un deseo que se ha visto afectado. La tristeza es la huella de lo que valoramos.

Y aunque pueda pesar, no tiene por qué teñir cada experiencia. Podemos estar tristes y, al mismo tiempo, disfrutar de un café caliente, de una conversación ligera, de la risa inesperada que surge en medio de todo. La tristeza puede convivir con pequeños momentos de luz.

Aprender a mirar la tristeza de frente, sin miedo, nos da libertad. Porque cuando dejamos de luchar contra ella, descubrimos que no es un monstruo imparable, sino una emoción más, que tiene un inicio, un mensaje y un final.

Permitirnos sentirla, sin que lo ocupe todo, es un acto de equilibrio. Es decirnos: “sí, estoy triste, pero también puedo estar en calma; sí, hay dolor, pero también hay espacio para el alivio, para la ternura, para la esperanza”.

La tristeza no viene a anular la vida, sino a recordarnos lo mucho que significa para nosotros. Y al reconocerlo, poco a poco, podemos darle un lugar sin que nos robe todos los demás colores.

Anterior
Anterior

La importancia de la calma en un mundo que va demasiado deprisa

Siguiente
Siguiente

¿Qué percepción tienes de ti misma?